22 febrero 2013

Sesiones

Aunque las apariencias engañan, en ocasiones lo que se ve resulta por completo cierto. Esta confesión no tiene relación alguna con el cinismo. 
     Mira que sería absurdo negarlo cuando dos policías, seis pacientes, una secretaria y mi esposa me han encontrado sobre el cadáver, una lámpara en mano, mi cara sonriente y el cráneo partido de mi doctor frente a mis ojos.
   Advierto que mi actuación aparentemente vil es un asunto de memoria y no de plena conciencia. No es que me debiera nada, pero la culpa de este crimen debe relacionarse más con el oficio del finado -toda profesión tiene sus riesgos- que a la violencia desenterrada durante una sesión de psicoanálisis. 
     Luego, el verdadero asesino es un niño de cuatro años. 






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