02 octubre 2009

Razones


Pierdo mi cartera entre el desvelo y el deseo. No será la primera vez que dejo en el camino algo sin estar consciente.
     Pero resulta que un hombre toca mi timbre algunos días después: ha tropezado con tarjetas e identificaciones bajo mi nombre. No me encuentra y me deja un mensaje con el portero. Se llama Gustavo, así, a secas, con faltas de ortografía tremendas en un pedazo de cartón de un empaque de cigarros. Que lo busque en su trabajo.
     No lo encuentro: El hombre trabaja turnos de 24 y regresará en 48. Le dejo a Gustavo, así, a secas, mi tarjeta en la caseta de vigilancia. Me llama, me habla: "Es que, mire, andaba el domingo con mi hija, tempranito, y me encontré identificaciones y tarjetas de un montón de personas, en la calle, tiradas ahí, en la banqueta".
     Quedamos a una hora: viernes a las 8:00 horas. Antes pasé al cajero, porque mi experiencia deducía una recompensa más allá de las simples gracias. Pero el hombre no acepta de ningún modo: "Era mi obligación, a todos nos ha pasado". Gustavo me dice que aún le falta localizar a las otras personas.
 Quedó aturdido.

    

1 comentarios:

B. dijo...

Sí recuerdo. Eso de andar aturdido es...